Allá, comprobaron que tendría que ser urgentemente operado del corazón, cosa que se realizó con éxito total.
Cuando despertó, a su lado estaba la monja responsable por la tesorería del hospital, quien le dijo lo siguiente:
- Estimado señor, su cirugía fue realizada con éxito y está usted a salvo. Sin embargo, hay un asunto que necesita su urgente atención:
¿Cómo piensa usted pagar la cuenta de hospital?
Y el cobro tuvo inicio...
- ¿Tiene usted seguro-médico?
- No, Hermana.
- ¿Tiene tarjeta de crédito?
- No, Hermana.
- ¿Puede usted pagar en efectivo?
- No tengo dinero, Hermana.
La monja empezó a sudar frío, pero prosiguió:
- ¿Y con cheque, entonces, puede usted pagar?
- Tampoco, Hermana.
Entonces la monja, ya desesperada...
- Bueno, ¿usted tiene algún pariente que pueda hacerse cargo de la cuenta?
- Ah... Hermana, sólo tengo una hermana solterona, que es monja, pero no sé si ella pueda pagar.
La monja, corrigiéndolo, dijo:
- ¡Disculpe señor, pero las monjas no somos solteronas! ¡Estamos casadas con Dios!
- ¡Ah! ¡Magnífico! ¡Entonces, por favor, mándele la cuenta a mi cuñado!
Así fue cómo nació la expresión, "QUE DIOS SE LO PAGUE"
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